


El Simbolismo fue uno de los movimientos artísticos más importantes de finales del siglo XIX, originado en Francia y en Bélgica. En un manifiesto literario, publicado en 1886, Jean Moréas definió este nuevo estilo como «enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva». Para los simbolistas, el mundo es un misterio por descifrar, y el poeta debe para ello trazar las correspondencias ocultas que unen los objetos sensibles (por ejemplo, Rimbaud establece una correspondencia entre las vocales y los colores en su soneto Vocales). Para ello es esencial el uso de la sinestesia.

Para el poeta el símbolo debe ser portador de una imagen que genere una sensación particular, y su sonido al pronunciarse debe acoplarse a la música total del poema. Algunos de los símbolos se hicieron tan populares por su sonido y su poder evocador, que en poco tiempo se fue conformando una convención, que los poetas de la época compartían. El ejemplo más notable de esto se da con la palabra azur, la cual es una mezcla de las palabras azul y cielo, y que se convirtió en una de las más famosas convenciones literarias del simbolismo. De esta convención creada por el cenáculo simbolista se puede hacer una pequeña disección y extraer tres tipos generales de símbolos.
Los símbolos naturales, los símbolos míticos y los que fusionan lo abstracto y lo concreto. No queremos por tanto en este estudio del simbolismo hacer un análisis partiendo de la semiótica o el interaccionismo simbólico, sino observarlo desde un punto de vista puramente estético, literario en este caso, para dar cuenta de los ejes o columnas vertebrales de la estética simbolista que puedan servirnos de apoyo para un posterior análisis de una puesta en escena simbolista, en un contexto distinto a la Europa de finales del siglo XIX.


Paul Fort y Lugné-Poe dan inicio al Teatro de Arte en París. Una historia de las reacciones: simbolismo versus realismo-naturalismo. Concepción de mundo: “la realidad” no es una percepción inmediata de lo empírico, es un ámbito de revelaciones “suprasensibles”. El “mito de la caverna” de Platón como antecedente filosófico de dicha visión.
Concepción de arte simbolista Autonomía (arte por el arte): el arte no está al servicio de la religión, ni la ciencia, ni la política, ni la educación; por el contrario, vale para y por sí mismo. Así, construye sus propias reglas de juego. Soberanía: implica la autoridad frente a otros saberes, la territorialidad singular del arte. En el arte, lo absoluto está vivo, es también accedo a lo sagrado y verdadero.


La escenotecnica no ilusionista: telón pintado, gasas, sombras y claroscuros. Cronotopo específico: sin lógica empírica, con primacía de las secuencias “pasajes” (sueños, fantasías, transformaciones). Causalidad implícita, difícilmente inteligible por su conexión con lo desconocido. Se valora lo “estático” y el “silencio”. Dice: “la palabra es del tiempo, el silencio es de la eternidad” No hay gradación de conflictos en la trama: la escena propicia la “ceremonia”.